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Un deseo profundo de novedad, una manía febril de reforma en todas las esferas múltiples de la vida, de la ciencia, del arte, apremia y agita violentamente las fibras de la sociedad moderna. Ningún sistema, ninguna institución, ningún organismo científico, artístico, social, aunque tenga el sello y la consagración de los siglos, se considerada como sagrado e inviolable. Todo cae y se transforma a nuestra vista bajo el martillo inexorable de la crítica, bajo el impulso irresistible de nuevas necesidades.
En medio de tan vertiginosas transformaciones, cual nave encantada que surca tranquila las ondas borrascosas del océano sembrado de moribundos y cadáveres, el derecho civil parece no sentir para nada la influencia revolucionaria de nuevos tiempos. Forma supersticiosa a tantas otras coetáneas, ya mucho tiempo desaparecidas o transformadas, el derecho civil, inmovilizado cuasi del todo en su esencia y en su estructura, cual si nos hubiésemos trasladado a la civilización romana, después de haber gobernado, asimilándose pocos elementos, la turbulenta sociedad media, parece se ha impuesta, recibiendo sólo leves modificaciones, para gobernar definitivamente la sociedad moderna y sobrevivir inalterable a sus futuras inevitables transformaciones.
ENRICO CIMBALI