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Los personajes de los cuentos de hadas tienen poca personalidad: solo poseen características. Carecen por completo de vida interior. Estas pequeñas figuras de barro, de rasgos simplificados y atributos únicos, son la materialización perfecta de la extrañeza que emanan los personajes a los que representan. Tomemos Milpieles como ejemplo: la adorable princesa que huye del monstruoso amor paterno se ha convertido en una sencilla capa gris de la que salen un pie y una pierna de una hermosa delicadeza. Lo único que vemos de ella es esto y los ojos cerrados. Sin embargo, la forma gris parece avanzar, como si se estuviese alejando con rapidez del matrimonio que con tanta razón teme.